acuden siempre al engaño.
No van lejos, sólo van
hasta donde alcanza el tacto.
Rosa la que ellas arranquen
no se queda, está de paso.
Pedro Salinas
Las
cosas,
de
“Todo más claro (y otros poemas)”
“La poesía es obra de caridad y de claridad” sostiene Salinas en el prólogo del libro que me acaban de regalar y de donde extraigo los versos que anteceden a este texto. Hablar claro, que no significa sacrificar lo complejo “en aras de claridad” como decimos cuando se renuncia a detallar más el discurso, a añadir información que lo pueda hacer más confuso. Hablar claro. Pero hablar, claro. Hablar de verdad.
Hemos hablado un rato mientras el regalo, este
libro, permanecía, envuelto en celofán, encima de la mesa, entre los
dos.
Tengo compañeros que dicen que la
comunicación con los pacientes es imposible. Las cosas, claras y la
relación médico-paciente, espesa. Y ahí lo dejan, nihilistas del
séptimo día, sentenciosos, rotundos y envueltos en batas acartonadas,
afianzados por años de experiencia (y lustros de desánimo). Y,
bueno, no digo yo que no sea un problema, o que sea sencillo o que
esté resuelto. Y, sí, ya sé que no todos los problemas tienen
solución pero, cuando me dicen algo así, cuando me plantean eso de
que “no hablamos el mismo idioma”, no puedo dejar de imaginarme
la frontera, un muro –y todo eso de "paz por territorios"–, dos mundos, dos
especies. Algo así como el capitán
Kirk (con bata trekkie)
bombardeando alienígenas porque no los entiende o porque ellos
tampoco lo entienden a él (y eso, en el fondo, quiere decir, de
algún modo, que todo está perdido: sólo queda la opción de aniquilar al
enemigo que suele ser todo aquél que no habla tu idioma).
Y no, seguro que no. Hay que estar
ahí, explicarse, preguntar, hablar, buscar la claridad.
“Tinieblas, más tinieblas / Sólo claro el afán. / No hay más
luz que la luz que se quiere [...]” sostiene Salinas. No
podemos tolerar –no servirá de nada, en cualquier caso– un modo
de relacionarnos poco exigente, simple, idiotizado, infantilizado.
Hay que, de algún modo, traer a la superficie todo eso tan simplón
y empobrecido
que hemos ido aceptando, el discurso políticamente correcto del
consentimiento (!) informado (!!). Hay que sacar la basura, poner las
cosas en limpio, hay que aclararse. “Las claridades […] ¡Qué
naturales parecen,/ qué sencillo el gran milagro”. Y hay que
hacerlo desde ambas partes. Para eso estamos (juntos). Hay quien
quiere o necesita más y quien menos, hay dosis, hay demandas que
atender. Hay más o menos tiempo y mejores y peores lugares y
momentos. Hay mucha gente, presente o ausente, alrededor que
considerar. Y nadie
sobra, perdonad, colegas. Que sea imposible (“¡qué
sencillo el gran milagro!”, sostiene Salinas, repito) no quiere
decir que no haya que seguir en esto. Es un asunto profesional pero,
sobre todo, humano. Vivir también resulta, en último término,
imposible.
¿Desconfianza? ¡Qué menos! El
entorno, el asunto, las cosas que van sucediendo y sucediéndose, las informaciones oídas/leídas en la prensa,
los comentarios de los familiares, de los amigos, de otros
“profesionales”, lo oído ayer, hoy o mañana en la sala de
espera (la sala de espera, ese yacimiento de psicoanálisis natural,
ese diván de sillas –¡amarillas!– ancladas en serie siempre
¿pendiente?
de un estudio psico-sociológico , de un verdadero uso).
¿Agresividad? ¿Ha oído alguien
hablar de la palabra “miedo” y de sus habituales consecuencias en
la conducta humana? “Todavía no lo sé / Entre los gritos de
aquí / no se le oye bien”, sostiene Salinas. Cuando en la
conversación hay un cuchillo, ¿quién se extraña de que, en algún
momento, haya heridos? ¡Ah!, es la buena educación, la flema ––ese
mito–– británica, lo que aspiramos a conseguir, lo que,
convenientemente, en este contexto, extrañamos. Contención, caiga
quien caiga. Pero, si nos fijamos, si atendemos...“Escucho. Otra vez/ se oye su voz
delgadísima / diciéndome 'Ven'.”
Pacientes “excesivamente
demandantes”. Claro, sólo se trata de su vida. ¡Qué gente tan
exagerada! Porque ya le hemos pasado el documento, lo han firmado, hemos completado el discurso-panfleto, la explicación-prospecto, la descripción escueta y miope (con un solo punto de –corta– vista).
¿Qué posibilidades tengo? ¡No me haga reír! “Esa marmórea
exactitud, la cifra, / poco ilumina”, diríamos, en caso de que
aún tuviéramos citas a mano (o a máquina). ¿Cómo irá todo? ¿Qué
me va a pasar? ¿Qué es eso del ganglio centinela ––cuando
decidieron este término sostengo, ahora yo, que no hubo un buen poeta a
mano––, la radioterapia, el linfedema...? ¡Qué
pesada! Si ahí viene todo...lea, lea, si ya se lo he dicho ¿no ha oído? ¿no frecuerda?
“El borde es siempre temblor, /
porque está entre dos”. Sostiene. Salinas.
No sé. Es posible que el primer día
no se consiga (sea lo que sea lo que haya que conseguir), aunque hay que intentarlo, mucho, el primer día, el
primer momento: “aunque las auroras de este mundo / sigan
acaso siendo tan diarias, hay luces que no vuelven”, sostiene
Salinas. Quizá algunas
preguntas no sean las adecuadas, no vale una actitud genérica:
no, no vale, seguro; quizá tampoco haya que obsesionarse en buscar
un resultado en la comunicación (y, desde luego, ése no puede ser
“que me entiendan” exclusiva y unidireccionalmente); puede que,
tal vez, sugiero, el asunto vaya más por establecer un espacio, una
alianza desde ahora mismo, o para más tarde, o para cuando se pueda o se precise... puede que abramos puertas inadecuadas o que no sepamos qué hacer con todo lo que sale por las que hemos abierto. Y, en general, puede que no llamemos a ninguna puerta y, entonces, nada real suceda.
Sí, nada hay claro, colegas nihilistas,
pero todo va estando más claro (ese presente continuo): quizá la
poesía no sirva para nada (pero, alguno de nosotros, tampoco:
“allí detrás estáis, amurallados / en resplandor estático”).
Quizá.
En cualquier caso habrá que continuar, digo, por convicción, por vocación, esa palabra, sostiene Salinas.
[Y, por cierto, ¡gracias!].