domingo, 5 de enero de 2014

SOSTIENE SALINAS


Las manos, las inocentes
acuden siempre al engaño.
No van lejos, sólo van
hasta donde alcanza el tacto.
Rosa la que ellas arranquen
no se queda, está de paso.

Pedro Salinas
Las cosas,
de “Todo más claro (y otros poemas)”













La poesía es obra de caridad y de claridad” sostiene Salinas en el prólogo del libro que me acaban de regalar y de donde extraigo los versos que anteceden a este texto. Hablar claro, que no significa sacrificar lo complejo “en aras de claridad” como decimos cuando se renuncia a detallar más el discurso, a añadir información que lo pueda hacer más confuso. Hablar claro. Pero hablar, claro. Hablar de verdad.

Hemos hablado un rato mientras el regalo, este libro, permanecía, envuelto en celofán, encima de la mesa, entre los dos.

Tengo compañeros que dicen que la comunicación con los pacientes es imposible. Las cosas, claras y la relación médico-paciente, espesa. Y ahí lo dejan, nihilistas del séptimo día, sentenciosos, rotundos y envueltos en batas acartonadas, afianzados por años de experiencia (y lustros de desánimo). Y, bueno, no digo yo que no sea un problema, o que sea sencillo o que esté resuelto. Y, sí, ya sé que no todos los problemas tienen solución pero, cuando me dicen algo así, cuando me plantean eso de que “no hablamos el mismo idioma”, no puedo dejar de imaginarme la frontera, un muro –y todo eso de "paz por territorios"–, dos mundos, dos especies. Algo así como el capitán Kirk (con bata trekkie) bombardeando alienígenas porque no los entiende o porque ellos tampoco lo entienden a él (y eso, en el fondo, quiere decir, de algún modo, que todo está perdido: sólo queda la opción de aniquilar al enemigo que suele ser todo aquél que no habla tu idioma).

Y no, seguro que no. Hay que estar ahí, explicarse, preguntar, hablar, buscar la claridad. “Tinieblas, más tinieblas / Sólo claro el afán. / No hay más luz que la luz que se quiere [...]” sostiene Salinas. No podemos tolerar –no servirá de nada, en cualquier caso– un modo de relacionarnos poco exigente, simple, idiotizado, infantilizado. Hay que, de algún modo, traer a la superficie todo eso tan simplón y empobrecido que hemos ido aceptando, el discurso políticamente correcto del consentimiento (!) informado (!!). Hay que sacar la basura, poner las cosas en limpio, hay que aclararse. “Las claridades […] ¡Qué naturales parecen,/ qué sencillo el gran milagro”. Y hay que hacerlo desde ambas partes. Para eso estamos (juntos). Hay quien quiere o necesita más y quien menos, hay dosis, hay demandas que atender. Hay más o menos tiempo y mejores y peores lugares y momentos. Hay mucha gente, presente o ausente, alrededor que considerar. Y nadie sobra, perdonad, colegas. Que sea imposible (“¡qué sencillo el gran milagro!”, sostiene Salinas, repito) no quiere decir que no haya que seguir en esto. Es un asunto profesional pero, sobre todo, humano. Vivir también resulta, en último término, imposible.

¿Desconfianza? ¡Qué menos! El entorno, el asunto, las cosas que van sucediendo y sucediéndose, las informaciones oídas/leídas en la prensa, los comentarios de los familiares, de los amigos, de otros “profesionales”, lo oído ayer, hoy o mañana en la sala de espera (la sala de espera, ese yacimiento de psicoanálisis natural, ese diván de sillas –¡amarillas!– ancladas en serie siempre ¿pendiente? de un estudio psico-sociológico , de un verdadero uso).

¿Agresividad? ¿Ha oído alguien hablar de la palabra “miedo” y de sus habituales consecuencias en la conducta humana? “Todavía no lo sé / Entre los gritos de aquí / no se le oye bien”, sostiene Salinas. Cuando en la conversación hay un cuchillo, ¿quién se extraña de que, en algún momento, haya heridos? ¡Ah!, es la buena educación, la flema ––ese mito–– británica, lo que aspiramos a conseguir, lo que, convenientemente, en este contexto, extrañamos. Contención, caiga quien caiga. Pero, si nos fijamos, si atendemos...“Escucho. Otra vez/ se oye su voz delgadísima / diciéndome 'Ven'.”

Pacientes “excesivamente demandantes”. Claro, sólo se trata de su vida. ¡Qué gente tan exagerada! Porque ya le hemos pasado el documento, lo han firmado, hemos completado el discurso-panfleto, la explicación-prospecto, la descripción escueta y miope (con un solo punto de –corta– vista). ¿Qué posibilidades tengo? ¡No me haga reír! “Esa marmórea exactitud, la cifra, / poco ilumina”, diríamos, en caso de que aún tuviéramos citas a mano (o a máquina). ¿Cómo irá todo? ¿Qué me va a pasar? ¿Qué es eso del ganglio centinela ––cuando decidieron este término sostengo, ahora yo, que no hubo un buen poeta a mano––, la radioterapia, el linfedema...? ¡Qué pesada! Si ahí viene todo...lea, lea, si ya se lo he dicho ¿no ha oído? ¿no frecuerda?

“El borde es siempre temblor, / porque está entre dos”. Sostiene. Salinas.

No sé. Es posible que el primer día no se consiga (sea lo que sea lo que haya que conseguir), aunque hay que intentarlo, mucho, el primer día, el primer momento: “aunque las auroras de este mundo / sigan acaso siendo tan diarias, hay luces que no vuelven”, sostiene Salinas. Quizá algunas preguntas no sean las adecuadas, no vale una actitud genérica: no, no vale, seguro; quizá tampoco haya que obsesionarse en buscar un resultado en la comunicación (y, desde luego, ése no puede ser “que me entiendan” exclusiva y unidireccionalmente); puede que, tal vez, sugiero, el asunto vaya más por establecer un espacio, una alianza desde ahora mismo, o para más tarde, o para cuando se pueda o se precise... puede que abramos puertas inadecuadas o que no sepamos qué hacer con todo lo que sale por las que hemos abierto. Y, en general, puede que no llamemos a ninguna puerta y, entonces, nada real suceda.

Sí, nada hay claro, colegas nihilistas, pero todo va estando más claro (ese presente continuo): quizá la poesía no sirva para nada (pero, alguno de nosotros, tampoco: “allí detrás estáis, amurallados / en resplandor estático”).

Quizá.

En cualquier caso habrá que continuar, digo, por convicción, por vocación, esa palabra, sostiene Salinas.

[Y, por cierto, ¡gracias!].