Ocasionalmente asistimos, en distintos ámbitos, a confrontaciones más o menos enconadas, más o menos personalizadas entre distintas visiones de lo que la asistencia sanitaria es y debería o podría ser. Tengo amigos, conocidos y compañeros (más tarde abordaré este elusivo término) en diferentes posiciones en el complejo mapa de la(s) política(s) sanitarias: sindicalistas (y exsindicalistas), ligados a asociaciones en defensa de la salud pública o a plataformas que defienden el “modelo Alzira” de cooperación público-privada, pertenecientes y/o animadores de las distintas “mareas”, e incluso miembros de partidos políticos de diferente signo. No por eso me siento equidistante en estos temas: defiendo (casi siempre en privado, esto es una excepción) el modelo público de sistema nacional de salud, la exclusividad laboral completa entre los sistemas público y privado y la participación de pacientes y usuarios en el Sistema Sanitario. Critico, cuando la conversación lo demanda, raramente en algún blog, la infrafinanciación de la Atención Primaria, la medicalización de la normalidad (incluyendo las campañas de prevención que no lo son) y la hipertecnificación de la asistencia, con sus costes cada vez más insostenibles, si alguna vez fueron lo contrario. Trabajo en el sistema público desde que acabé la residencia en Cirugía General (excepto por un año en el que probé –mala– fortuna como Jefe de Servicio de un Hospital con una “nueva” forma de gestión) y siempre como facultativo raso (excepto por esa temporada y unas tres semanas en un puesto en la subdirección médica de mi Hospital este año pasado en otro clamoroso error de cálculo por mi parte). En resumen, como todos, no soy “apolítico” en términos sanitarios (ni creo que nadie lo sea, aunque lo piense: todos tenemos ese corazoncito de gestor sanitario en nuestro interior, al menos en algunas ocasiones y/o respecto a algunos temas, unos del Barça, otros del Madrid, a veces con los mismos “argumentos”). Creo que esta descripción de mí mismo es suficiente (¿sobra?) para lo que quiero comentar a continuación.
Decía que ocasionalmente nos enfrentamos o, mejor, vemos como “otros” se enfrentan o confrontan opiniones. Algunas veces muy vehementemente. Hacia uno de los extremos de dicha vehemencia tendríamos lo que podría denominarse “activista sanitario”, es decir, personas que, desde dentro o desde fuera de las profesiones sanitarias, intentan influir de una forma notoria y disruptiva en lo que creen que, en este ámbito sanitario, debe ser reformado. Algunos, en análisis más finos que este mío, lo han denominado también “intelectuales de retaguardia”. Son términos en el campo semántico de lo militar. La Wikipedia (espacio de economía colaborativa también muy simbólico para ilustrar lo que escribo) define el activismo (y lo equipara a “militancia”) como “la dedicación intensa a una dada línea de acción en la vida pública, ya sea en el campo social, político, ecológico, religioso u otro. También se entiende por activismo la estimación primordial de la acción, en contraposición al quietismo”. El quietismo sería, digo yo, no la Wikipedia, el otro extremismo de la opinión. El diccionario de la RAE es aún más inquietante en su definición de este término: “activismo: 1. m. Tendencia a comportarse de un modo extremadamente dinámico. 2. m. Ejercicio del proselitismo y acción social de carácter público. 3. m. Fil. Doctrina según la cual todos los valores están subordinados a las exigencias de la acción y de su eficacia”. Esto último es fuerte, intensito, que se dice ahora: “todos los valores están subordinados a”. Pero, ahí está: activismo, dinamismo, proselitismo, exigencia… vaya palabras.
Hay activistas notorios, en la que podríamos denominar liga de la excelencia activista, aquellos de los que disfrutamos de sus heroicas biografías y grandes logros (Mandela, Martin Luther King, Rosa Parks, etc [que mal queda poner “etc” detrás de estos nombres]). Hay también activismos más o menos colectivos (las primaveras árabes o mejicana –la hubo-–, los activistas por la paz, los movimientos antidesahucio, el 15M…) aunque puedan reconocerse en ellos, en ocasiones, líderes identificables. Hay incluso bancos que se anuncian ligados al activismo, entradas de wikiHow que nos permiten aprender cómo serlo si nos decidimos y repertorios de noticias de activismo en periódicos poco sospechosos de radicalismo.
En lo sanitario es algo más difícil poner ejemplos. Yo tampoco soy una persona muy informada al efecto y no tengo figuras muy reconocibles a mano o en la memoria RAM. Si uno indaga en la red, puede identificar algunos. Especialmente curioso es el caso de James Parkinson, sí, el de la enfermedad de ídem, que tuvo una carrera política revolucionaria --de la Revolución Francesa, se entiende-- y en su práctica médica abogó por los derechos de los enfermos mentales, la salud pública, etc. Resulta muy ilustrativo que no se conserva al parecer ninguna fotografía suya y que los escritos políticos los escribía con pseudónimo (claro, eran otros tiempos). En nuestro entorno tenemos otros ejemplos como Angels Martinez Castells (promotora de la plataforma Dempeus per la Salut Publica) o Luis Montes, anestesista y activista de los derechos al final de la vida, al que tristemente se conoce sobre todo por su affair judicial por practicar sedaciones en pacientes terminales en un hospital de Madrid. Más recientemente ha surgido el caso de Monica Lalanda, denunciada (por sus ex-compañeros) y expedientada por el Colegio de Médicos de Segovia por publicar una carta exponiendo los motivos de su renuncia a su puesto como médico de urgencias. Otros médicos activistas, en cambio, han tenido más suerte con sus denuncias, como ha sucedido, también hace poco, con el famoso y autodenominado Spiriman que ha conseguido frenar la fusión de dos hospitales en Granada, además de hacer dimitir a varios cargos de la Consejería de Sanidad y salir en el programa de Buenafuente. No entro a dilucidar si sus motivos o la forma de plantearlos, los de cualquiera de ellos, desde Parkinson hasta Spiriman, eran suficientes, bien fundados y proporcionales o si valía la pena la exposición pública, los riesgos en que incurrieron o los procesos legales que los acompañaron o acompañarán. No tengo la más mínima idea. O sí, pero no viene al caso. Mi opinión no es la que cuenta: es la suya, y su determinación, en estos casos.
Más cerca, trabaja en mi propio hospital, un compañero y amigo ha decidido, desde hace ya algunos años, dedicarse al activismo sanitario. Preside una asociación que pretende concienciar contra la corrupción –perdón, la influencia-– de la Industria Farmacéutica en la Medicina (nogracias), participa de diversas asociaciones en defensa de la salud pública y en una red para la defensa de los derechos de salud de los ciudadanos (RECIPS). Su curriculum está especialmente ligado a la órbita de la Bioética y la epistemología (lo que, a pesar de su nombre, no es una secta), e incluso, previamente a su activismo, ha ejercido cargos de responsabilidad política en nuestra Región y puestos de gestión en su (también mi) hospital. Ocasionalmente publica editoriales controvertidos en los periódicos de la ciudad, se expone en noticias de prensa, entrevistas, redes sociales, manifestaciones y manifiestos, incluyendo los que pretenden no excluir a los inmigrantes de la asistencia sanitaria, cosa que tuvo su repercusión y su bienvenida retractación normativa. Los compañeros saben de quién estoy hablando: es una persona conocida, aunque quizá no muy popular. Ayer mismo esta persona, este compañero, tuvo un (otro) error. Esta vez (otra vez) fue demasiado lejos y atribuyó un interés personal, no sólo político, a la Consejera de Sanidad de nuestra Región en el marco de la llamada “medicina de precisión” (qué buena palabra, tan indiscutible de entrada como “célula madre”) y en el “Big Data” (qué mala palabra, sobre todo traducida: “Datazos”). Un periódico se hizo eco de la noticia que corrió como la pólvora (mojada) en corrillos, guardias, fiestas de viernes y grupos de whatsapp de compañeros. Como he dicho antes para otros contextos, desconozco su motivación, su fundamento, su proporcionalidad, su conveniencia o el riesgo legal de escribir algo así. Desconozco las estrategias y los límites del activismo. Sí reconozco, en cambio, la ejemplaridad y la nobleza de su disculpa, hecho éste tan poco frecuente en nuestro medio. Soy incapaz de ponerme en su situación, ni como médico, ni como padre, ni como activista, pero este activista es mi compañero desde hace mucho, me ha enseñado muchas cosas y me intenta convencer de muchas más en las que discrepamos y en las que ¿nunca? nos pondremos de acuerdo. Es vehemente, implacable, quizá ha “subordinado algunos valores a la eficacia de la acción” (y se ha equivocado y se equivocará, como yo, como nosotros, en otras escalas y momentos). Este activista es, ante todo, mi amigo Abel y estoy convencido de que es una voz que conviene escuchar (de vez en cuando, aunque a veces su hiperproducción se acerque al spam) si queremos seguir avanzando o aunque sea para discrepar, para mejorar nuestras buenas razones, para sacarnos de nuestra zona de confort, que se dice ahora. Es cierto: nadie ha pedido su opinión (nunca es así en el activismo) y, precisamente por eso, la necesitamos: necesitamos esos editoriales incómodos sobre nuestra ¿realidad? y su generosa heterodoxia, dedicación (y el riesgo y la altura, que decía alguien). Espero que, a quien corresponda, acepte sus disculpas ahora y más adelante (personalizar fue un error y de un error se aprende mucho, como sabemos; seguro que hay más heridos, señalados o indignados por sus palabras en el futuro). Yo ya lo he hecho, más de una vez: es una especie de rara suerte disfrutar de un amigo tan incómodo.
Por cierto, me olvidaba: la RAE, de nuevo: “Compañero/ ra, (de compaña. 1. m. y f. Persona que se acompaña con otra para algún fin. 2. m. y f. Cada uno de los individuos de que se compone un cuerpo o una comunidad, como un cabildo, un colegio, etc. 3. m. y f. En varios juegos, cada uno de los jugadores que se unen y ayudan contra los otros [...]”. Me inclino por la primera acepción: persona que se acompaña.
Un abrazo, colegas (y compañeros).
Jose Aguilar