lunes, 29 de agosto de 2016

LA CUARTA PERSONA DEL PLURAL



Te afecta pero no lo entiendes



En verano, durante las vacaciones, leo más. Incluso es posible que en verano lea mejor. No sé.

Para el verano me reservo libros algo más extensos, títulos que no estoy tan seguro de que “valgan la pena”. La pena es el tiempo dedicado, el esfuerzo por intentar entenderlos, los temas a veces “marginales” que no tratan “de lo tuyo”, de lo de siempre. Así que la pena es no tener más tiempo, más vacaciones, más buenos libros entre las manos. Aunque, inevitablemente, sea cual sea el tema, tratas de darle significado, encaje, en lo tuyo. Llevas a las neuronas de viaje y ellas siempre te salen con eso de se parece a o como si. El cerebro y sus patrones, sus atajos. Y el cerebro de turismo, siempre más miope de lo necesario.

Así que, entre otros, leo “La cuarta persona del plural”, una antología de poesía española (1978-2015) editada por Vicente Luis Mora. Y descubro poetas o leo mejor a los que ya conozco (?), con más atención, con más códigos. Como en esos paseos por el campo en los que te acompaña alguien que sabe de botánica y dejas de ver solo plantas y empiezas a ver espliego, ajedrea, enebros, azofaifos…

Y, además, como en toda antología, está la introducción donde el antólogo se justifica, da razones, se excusa, se excusa por excusarse, establece su(s) criterio(s). Y ésta, la de Vicente Luis Mora (VLM), es una introducción compleja, matizada e inteligente.

Pero ni siquiera quería escribir sobre este libro en concreto, sino sobre esa deriva en la que siempre navego cuando leo: cualquiera que sea el tema, rápidamente me embarco en una analogía y vuelvo a surcar el mismo mar de todos los días, mi mar de las Sirtes donde Ahí estaba, allí le teníamos. Su fría luz irradiaba como un manantial de silencio, maestro en la noche desierta”. Y está ese concepto: “la cuarta persona del plural” y pienso que, si el proyecto, la idea, fracasa(ra), si fracasó, el “nosotros”, quizá, no era la persona verbal adecuada.

Dice VLM que “el idioma navajo admite una cuarta persona verbal, que incluye a quienes están presentes en la distancia suficiente para escuchar […]. [Y que] en el aymara peruano, la cuarta persona es la única forma de incluir a la vez al emisor y al receptor”. Dice VLM que dice Deleuze que dijo Ginsberg que “es la voz de la cuarta persona del singular / en la que nadie habla / y sin embargo existe”. Y dice esto en relación al problema de plantear “una comunicación de muchos”, a la cuestión de cómo llegar a “ese colectivo de personas que están a la suficiente distancia para escuchar”. Y dice VLM que decía Derrida que ‘la pluralidad tiene que ser sostenida en los discursos por alguien, produciéndose la paradoja de que nosotros es siempre el dicho de uno solo’”.

Y así yo me subo en mi pensamiento analógico y pienso en los proyectos comunes, en los intentos, en las diferencias de criterio, en las dudas. “El titubeo es parte esencial de cualquier comportamiento intelectual digno […]; estamos condenados a balbucear una y otra vez, sin descanso”, me consuela, sin saberlo, VLM. Y habla de criterios, de conceptos (poéticos, literarios, filosóficos), habla de “lo bello” y escribe que explicaba  Roberto Espósito que “los conceptos políticos más importantes están expuestos a una verdadera batalla por la conquista y la transformación de su sentido”. Investigación-acción, recuerdo, me hago recordar.

Después de la introducción hay, claro, poetas y poemas. A pocos los conocía de antes (Riechmann, Vicente Valero, Jordi Doce, Fernández Mallo…) pero todos me deslumbran, algunos me calman o me agitan. “Elegir el / recipiente más adecuado para contener el desconcierto. / Un poema puede ser bastante capaz” dice Mariano Peyrou. “La palabra […] Una frágil membrana entre el mundo y el mundo” escribe Esperanza López Parada. “Todo lo que decimos inaugura distancia” titula JesúsAguado.

Leo y subrayo y anoto. Al margen (es mi zona de confort: los márgenes de los libros de otros).

Y pienso, sí, en la cuarta persona del plural.

O en dedicarme a recortar por la línea de puntos. Otra vez.


miércoles, 1 de junio de 2016

Qué bien te veo (o no)

                                            Lyon Opera Ballet in Bella Figura.© Michael Cavalca




En el British Medical Journal, para mí la más interesante de las "cinco grandes" revistas que publican investigación biomédica, suele haber un espacio para artículos que publican pacientes (junto a otras "visiones" o "perspectivas" distintas de las "puramente" biomédicas). En uno de los últimos números, Stella Duffy publica su experiencia sobre la reconstrucción mamaria bajo el título: Escogí la reconstrucción. No "verme bien". Lo traduzco, con cierta libertad (los corchetes y alguna licencia son míos), por su interés. Y con mis disculpas.

Escogí la reconstrucción. No "verme bien".

He tenido cáncer de mama en dos ocasiones. En la primera, cuando tenía 36, me hice una extirpación local [una cirugía conservadora] seguida de quimio y radioterapia. En 2014, mi mamografía anual mostró un carcinoma ductal in situ en el tejido mamario que se había conservado en la primera intervención en el 2000. Desde el primer cáncer yo pensaba, obviamente, en la posibilidad de una recaída. Así que no me costó mucho estar de acuerdo con realizarme una mastectomía y una reconstrucción de mama. Mi médico me dijo que las prótesis no se suelen recomendar para las pacientes cuya piel ha sido previamente irradiada.

Tomando una decisión.
Escogí una reconstrucción por muchas razones:

  • He tenido pechos durante 40 años y me percibo como una persona con dos pechos.
  • Hago mucho trabajo en público. La ropa de la mujer está diseñada para dos pechos y no quería sentirme cohibida [...].
  • Las amigas que llevan prótesis dicen que se sienten incómodas y pesadas.
  • Vivo en una cultura sexualizada donde los pechos de una mujer son considerados un significante primordial de su sexo. Como feminista entiendo que hay mucho que considerar cuando intentamos comprender nuestra relación con nuestros cuerpos, pero yo estaba impaciente por extraerme el cáncer. No me costó mucho tiempo decidirme

No escogí una reconstrucción porque quería que mis pechos parecieran "bonitos" o "mejor" sino porque quería sentirme como yo misma y –tras tener un cáncer por segunda vez– eso era importante. Sentirme física y emocionalmente como yo misma, no la enfermedad.

Recuerda el interior tanto como el exterior.
Aún así, todo lo que tenía que ver con la reconstrucción se discutió en términos de cómo se veía mi pecho reconstruido. Incluso cuando el pulso del injerto se chequeaba cada hora durante las primeras 24 h, me decían que el pecho se veía bonito –yo no solicité ese tipo de comentarios, pero esta visión era la que se ofrecía constantemente. Me doy cuenta de que era con buena intención pero, en ese momento, con el dolor, lo último que quería eran opiniones de personas virtualmente extrañas sobre el aspecto de mi cuerpo.
En el periodo previo a la cirugía, a pesar de la competencia, la compasión y la generosidad del equipo de cirugía plástica, nadie me dijo en ningún momento que yo sentiría mi pecho físicamente distinto.
A pesar de algunas complicaciones, mis cicatrices han curado bien, pero siento el pecho distinto –no sólo la ausencia de sensibilidad en el injerto y el el área inmediatamente alrededor, sino también por dentro. Puedo notar, a veces con dolor, dónde se me quitó un trozo de costilla para [utilizar para el injerto una arteria, rama de la aorta]. Noto los lugares donde se ha anclado el injerto que se extrajo de mi barriga. El pecho tira del punto medio de mi tórax. Se nota como algo distinto; no se nota como un pecho.

El lenguaje es importante.
Si se me hubiera advertido que la reconstrucción de mama puede ocasionar que los pacientes se sientan físicamente distintos, esto me hubiera sido de mucha ayuda a la hora de considerar mi elección. Una mastectomía es, en efecto, una amputación. Una reconstrucción es un arreglo, una reparación. El lenguaje puede ayudarnos a entender cómo podría ser en nuestro caso. Un lenguaje distinto, seguramente más brusco, pero ciertamente más claro, me hubiera ayudado a prepararme mejor.
Vivimos en una sociedad donde se produce un énfasis desorbitado sobre el aspecto, pero la reconstrucción no va sólo de aspecto. Nosotras, cada una de nosotras, vive en y a través de su cuerpo, por lo que ignorar las sensaciones físicas relevantes tras una reconstrucción es ignorar una gran parte del proceso.

Lo que necesitas saber:
  • Recuerda el interior tanto como el exterior: habla con las mujeres sobre los cambios posibles en las sensaciones y en el aspecto tras la reconstrucción.
  • Mejor que decir "¡Qué bonita ha quedado!", pregunta "¿Cómo te sientes?" O, si la conversación es sobre el aspecto, "¿Qué te parece cómo ha quedado?"
  • El camino de la reconstrucción es largo. Cuanto más veces nos recuerden que se necesitarán varias intervenciones, más probable es que lo tengamos en cuenta antes de tomar nuestra decisión.

Eso dice Stella Duffy después de traducida. Y la distancia, me temo, no es sólo por el idioma.
Seguimos en ello.

sábado, 7 de mayo de 2016

CONTARLO (PODER CONTARLO)

Una primera disculpa: según blogger, hace más de 2 años desde la última entrada. Aunque soy especialista en dejar las cosas para más tarde, esto es demasiado incluso para mí si este espacio quiere tener una cierta continuidad. Pero, digo yo, la continuidad no lo es todo. Un blog puede no ser un diario, ni un semanario: puede ser solo un depósito de capítulos sueltos, de trozos que, como en los naufragios, a veces tardan tiempo en llegar. Como lo que quiero contar hoy.

A lo que iba:

He leído –ayer leí de una sentada, es breve– el estupendo cómic (¿novela gráfica?) "Que no, que no me muero" de María Hernández Martí (texto) y Javi de Castro (ilustración) donde la autora cuenta fragmentos, sensaciones y reflexiones en torno a su experiencia durante el tratamiento del cáncer de mama (y más cosas, muchas más cosas). Soy muy aficionado al cómic, pero no lo suficiente para hacer una reseña bien argumentada, así que os recomiendo la que salió en El País, o mejor aún, la que he leído de Gerardo Vilches; os ilustrará más que este post en muchos aspectos (y no sólo técnicos o de erudición).

Pero yo iba a otra cosa, a lo de contar. A lo de contarLO.

No es la primera vez que se plantea esto de contarlo (o no), desde luego. En otro muy (muy) buen libro sobre la experiencia personal atravesada por otro tipo de cáncer (un linfoma) titulado "Mi cuerpo también", de Raquel Taranilla, la propia autora reflexiona en el prólogo sobre "¿Por qué contarlo [...]?" cuando todo puede parecer (y leerse) en contra: volver a recordar, exponerse, decir (de más o de menos), atormentarse, arrepentirse, incluso repetirse o repetir lo que ha sido dicho ya en otro lugar, por otra persona, en otro contexto (nunca será repetir, por tanto). Y, particularmente respecto al cáncer de mama, hay multitud de textos, tanto más formalmente editados como –no menos valiosos– en Internet.

Así que, creo yo, es una buena pregunta... ¿por qué contarlo?

Contar –contarlo– es, por un lado, poderlo hacer. Y no sólo desde la posibilidad física tal como se utiliza comúnmente esa expresión, con el significado de "sobrevivir a algo", sino desde la capacidad personal, la potencia, el deseo de de escribir para –al menos– completar el relato que hasta ahora sólo se leía –¿quién accede?– en la pésima letra de las notas de los médicos y las enfermeras en tu historia clínica o en los menús desplegables y los pdfs de la historia clínica electrónica. Poder contarlo es también, de alguna forma, un acto terapéutico –una actitud, mejor– cuando la enfermedad, esta enfermedad, se hace cargo de la situación, lo quiere ocupar todo o casi todo, amenaza con llevárselo todo por delante: contar algo, darle nombre, darle un relato, permite delimitarlo, que no se expanda como una mancha de petróleo, como un tsunami (y elegir mejores metáforas que las anteriores, claro). Un cuento de miedo sirve para conocer, para describir al miedo (y a nosotros frente a ello). Contar algo es una forma de controlarlo de la misma forma que un escritor puede manejar sus paisajes, sus tramas, sus personajes: decidir su aspecto, cuánto, cuándo y dónde aparece y, en definitiva, hacerlos morir o que triunfen. No digo que, en este caso en particular, se pueda llegar a tanto. La ficción, incluso la autoficción o la autobiografía tiene, como todo, un poder limitado, pero... (pienso) algo puede, algo puedo.

Y contar –contarlo– es, aún más, compartirlo y así ayudar desde otra posición, desde otra perspectiva. Leí en algún lugar cómo los profesionales, los expertos, los deportistas de élite, incluso los músicos más virtuosos (en el libro se hablaba específicamente de Itzhak Perlman) necesitan también un oído externo, un buen coach (de eso iba aquel artículo) que sea capaz, entre otras cosas, de analizar las distintas situaciones y manifestaciones del todo dividiéndolas en sus puntos críticos, delimitando sus componentes. Cuando una paciente se decide a contarlo se convierte, de algún modo, en coach de otras. Y de los profesionales. Desde otra posición, desde otra perspectiva.

María Hernández y Javi de Castro, los autores de "Que no, que no me muero" hacen precisamente eso: dar pinceladas concretas, cerrar viñetas, capturar frases, delimitar aspectos. Desde la ficción, construyendo un personaje –Lupe– donde convergen experiencias propias y ajenas, hechos e imaginación y mediante un orden tan aleatorio como neurótico: por orden alfabético.

Con "C" de "cáncer" pero también con "C" de "contarlo", con la lucidez del héroe o del antihéroe o, por ponerlo en las palabras de la autora:

En este libro se cuenta cómo en estos últimos años he tenido muchísimas oportunidades para desplegar una paciencia maravillosa, zen, elegantísima, de esa que te ilumina de inteligencia y te embellece y sirve de inspiración a los demás. 
Y cómo las he desaprovechado todas