lunes, 9 de noviembre de 2009

Alfonsina y (claro) el mar.


En Mayo de 1935, Alfonsina Storni fue operada de un cáncer de mama. Hija de una familia numerosa y pobre, Alfonsina aprendió a amar las palabras a través del teatro. Uno de sus primeros trabajos (remunerados) fue el de actriz, con apenas doce o trece años. Más tarde se haría maestra de escuela y escritora. Escribió obras de teatro (también teatro infantil) y poesía. Fue contemporánea de Gabriela Mistral o García Lorca y amiga de Horacio Quiroga.


Yo no sabía nada de Alfonsina Storni.


Yo nunca he leído un poema de Alfonsina. Hasta hoy.


Por supuesto, conozco la canción que le dedicaron: “Alfonsina y el mar”. Claro, el mar. Esa canción, con mil versiones. La canción sobre el suicidio de una mujer de cuarenta y seis años.


Yo no sabía que sólo tenía cuarenta y seis años.


Yo sabía que Alfonsina se vestía de mar, del Mar del Plata. Y que alguien llama y no le dicen. ¿Quién era? ¿Quién llama? Sólo sabía que ella se adentra, que se va a buscar nuevos poemas. Vestida de mar.


Yo no sabía que Alfonsina Storni tuvo, con veinte años, un hijo de padre nunca declarado. Que le llamó Alejandro.


Yo no sabía que Alfonsina quiere decir “dispuesta a todo”.


En cambio, yo sí sabía que, en 1935, tras los éxitos de Halsted a principio del siglo XX, muchos cirujanos adoptaron el paradigma de la mastectomía radical. Y la “ampliaron”. Rouvier, por ejemplo, que asociaba a la mastectomía de Halsted (mastectomía con disección axilar e injerto de piel por el gran defecto dérmico torácico que se producía) la disección de los ganglios supraclaviculares. O Urban, que añadió la toracectomía parcial, la resección de los ganglios de la mamaria interna y la pleurectomía.


Yo no sabía que a Alfonsina la mastectomía le había dejado grandes cicatrices físicas y emocionales. Que, en esos tres años, sus crisis nerviosas previas se hicieron más frecuentes. Que ya no quiso salir de casa.


Hasta que encontró el camino, el último, por la blanda arena, tres años después de la mastectomía.


Un año antes, en 1937, se había suicidado Horacio Quiroga. Ella le escribió:


Morir como tú, Horacio, en tus cabales,

Y así como en tus cuentos, no está mal;

Un rayo a tiempo y se acabó la feria...

Allá dirán.

Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte

Que a las espaldas va.

Bebiste bien, que luego sonreías...

Allá dirán


Hoy, ahora, he leído un poema de Alfonsina. Ahora ya sé que, en 1938, poco antes de su muerte, recibió un homenaje literario, junto a Gabriela Mistral. Al parecer, el cáncer había recidivado, incurable.


Yo no sabía que ella había escrito una despedida, en el periódico La Nación, después de dejar todo organizado para que a Alejandro no le faltara de nada:


Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme puestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera, una constelación, la que te guste, todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes, te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que te olvides. Gracias... Ah, un encargo, si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido..."


Yo no sabía que en esa canción que había oído tantas veces (Mercedes Sosa, Calamaro…) estaban sus versos, disimulados, camuflados.


Ahora sé que son los mejores versos de esa canción. Que ni siquiera son tan tristes. O que lo son mucho más, pero de otra forma.


Yo no sabía que Alfonsina fue también una paciente con cáncer de mama. Como las que mañana están citadas en la consulta.


Yo no conocía esta versión.




3 comentarios:

  1. "...sabe Dios qué angustia te acompañó...". La bola negra que decía Bill. Directo al corazón por la tangente, imposible pero cierto. Qué bonito Pep.

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  2. Estupendo post.. poesía trágica pero verdadera, la enfermedad como oportunidad
    Abel

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