martes, 24 de abril de 2012

CUANDO LA TETA SE ACABA (o por qué es posible despertarse moro o sudaca, con perdón)






Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí" : 1945, Martin Niemoeller



Sí, el título no es políticamente correcto, pero ¿por qué disimular el lenguaje cuando las leyes se dictan a sabiendas de ser discriminatorias? Sí, este título puede (intentar) generar alarma social pero ¿acaso el miedo crónico azuzado por la amenaza de continuas o futuras subidas del diferencial de la prima de riesgo y la recesión no resulta igual de alarmante?. Sí, la cita que encabeza el texto ha sido utilizada demasiadas veces (por desgracia). Y no es de Bertolt Brecht sino de un pastor luterano antinazi, pacifista y antinuclear. Qué descrédito para estos tiempos.

En 1972, John Lennon, el mismo cantante-poeta que escribió poco antes Imagine ([...] imagine all the people sharing all the world [...]), publicó la canción Woman is the nigger of the world” (que podría traducirse por “La mujer es el negrata/negro esclavo del mundo”), tomando como base para este tema la misma frase pronunciada por Yoko Ono en una entrevista en 1967. Eran los tiempos convulsos de la lucha por los llamados “derechos civiles” en norteamérica, cuando muchos (ahora denominados) afroamericanos tuvieron que salir a la calle a protestar por los linchamientos sin juicio, la discriminación en el acceso a la educación superior o al simple hecho de sentarse junto a las personas de raza ¿blanca? en los autobuses o utilizar los mismos urinarios. Recientemente el Nobel de la Paz y presidente de los EEUU Barak Obama, a la sazón hijo de inmigrante y residente, cómo decir ¿administrativamente mestizo?, realizó el gesto simbólico de sentarse en el mismo asiento de autobús “para blancos” del que Rosa Parks no se quiso levantar en 1955. La leyes contra la segregación racial se dictaron en 1964. El boicot a los autobuses promovido por un tal Martin Luther King durante más de un año y las posteriores movilizaciones parece que ayudaron un poco a que se derogaran las leyes que permitían hasta entonces dicha segregación. Los negros (perdón) habían conquistado ciertas cotas de libertad o, al menos, de no discriminación y ahora les tocaba a las mujeres (perdón).

Sí, mucho ha llovido desde entonces y muchos “derechos civiles” han sido conquistados. Hoy damos por hecho (en el llamado “Occidente” pero que acaso sólo es el norte rico) la no discriminación de las mujeres (aunque todavía tienen sueldos menores que los hombres para el mismo puesto de trabajo, no acceden a puestos directivos o son apartadas del ejercicio sacerdotal en determinadas confesiones), de los homosexuales (aunque no pueden ejercer su derecho al matrimonio civil en muchos países o en determinados estados de esos países) o de cualquier persona por razón de raza (concepto que, en sí mismo, se quiere en desuso, pero que ilógicamente, resistiendo todo nuestro buenismo y tanto papel, sigue haciendo que la pobreza, la delincuencia, el confinamiento carcelario, la muerte violenta y el tono oscuro de la piel vayan todavía de la mano). Sí, mucho ha llovido, pero en muchos lugares y bajo esa misma lluvia “el otro” sigue siendo el mismo: el pobre, el inmigrante, la mujer, el niño... el débil, por supuesto.

Tenemos leyes que dictan y regulan los derechos individuales, los derechos fundamentales del hombre, esa conquista de la Ilustración (sí, en mayúsculas y aunque sólo lo consiguiera en el plano teórico). Tenemos también el concepto de el “velo de la ignorancia” respecto a la clase o la posición social que recomendaba Rawls para diseñar las leyes de una sociedad justa, aunque parece que es un velo con demasiados agujeros por donde el legislador se asoma a mirar de vez en cuando. Tenemos un pensamiento homogéneo, si no único, en el que los neoliberales (más bien neoaristócratas) lo son sólo para promocionar el sentido correcto de la circulación de capitales y donde el único negro bueno parece ser el dinero negro, recientemente amnistiado.

Ahora le toca el turno a la asistencia sanitaria universal y gratuita, ese gasto insostenible para nuestro país (que paradójicamente la organiza con una eficiencia notable respecto a los países de su entorno) donde el que se aprovecha de la misma, el despilfarrador, es siempre, claro está, “el otro”: el moro, el ecuatoriano, el subsahariano y, perdón por incluirlo en listado (y por la rima), el británico o finlandés o sueco jubilado. Uno imagina a todos esos jubilados atiborrándose de pastillas inútiles sólo porque pueden, porque es “de gratis”. La teta (estatal) se acaba, dicen. Uno visualiza una sanidad devastada por inmigrantes y veraneantes (aunque los estudios no lo corroboren), esa lacra para nuestro país, esas personas que, otra vez paradójicamente, han contribuido y contribuyen a nuestro PIB (éste sí va siempre con mayúsculas, faltaría más) con su fuerza de trabajo y su capacidad de consumo, en la época de las inmobiliarias gordas y en la de las vacas y bancos flacos, también.

Pero resulta que la asistencia sanitaria es un derecho, un derecho ciudadano, civil: siento decir algo tan obvio pero, de la misma manera que no se puede discriminar a alguien por ser de origen magrebí o sudamericano (no lo hacemos, ¿verdad?), no podemos dejar en la cuneta al que la lotería genética, o la contaminación ambiental, o su incultura, o su falta de medios para el autocuidado, o, incluso, su personalidad indolente y adictiva al tabaco, o la simple mala suerte la mayoría de las veces, ha hecho caer enfermo. Así lo hemos llamado siempre: caer enfermo. Pero ahora parece que nos cuesta demasiado agacharnos y ayudar. Igual nos manchamos. Igual nos arruinamos, dicen.

Estoy leyendo un libro, siempre hay un buen libro a mano aunque también nos vayan a cerrar las bibliotecas. Se llama “How we do harm” y ha sido publicado en 2011 (mucho después, anoten, de que Rosa Parks no se levantara del asiento de aquel autobús) por el Dr Brawley, Jefe Médico de la Asociación Americana del Cáncer (y afroamericano, sí, sólo le falta ser mujer) y también Jefe de Oncología de un hospital público (Grady’s) de Atlanta, USA. El Dr Brawley expone su visión del sistema sanitario norteamericano a través de su biografía y de la narración de diversos casos de personas arruinadas y con enfermedad y/o arruinadas por la enfermedad. Casos que acaban en el sumidero de la atención pública norteamericana (Medicare -- para jubilados y dependientes --, Medicaid --para pobres--) porque ya no son rentables para sus médicos “después de una biopsia de cartera negativa” que dice él  o de “insuficiencia aguda de tarjeta de crédito” que podríamos decir también. El Dr Brawley, poco sospechoso de ser un outsider o un parloteador demente, defiende la (poco ambiciosa, en realidad, pero básica) reforma sanitaria que Obama no puede, al menos de momento, llevar a buen término sobre la base argumental de que el “sistema [actual de asistencia sanitaria] no está fallando: funciona exactamente como estaba diseñado [...] con los codiciosos sirviendo a los glotones”. La situación es sencilla: sobretratamiento para ricos y subtratamiento para pobres. El protocolo estricto lo dicta la “biopsia de cartera”. Ese es el modelo que resulta cuando la competencia del mercado, la mano invisible para unos y muy bien entrenada por otros, entra a saco al pastel de los enfermos (reales o imaginarios).

En 1966, anoten de nuevo, sólo dos años después de la ley de no discriminación racial en norteamerica, las Naciones Unidas, en el artículo 12 de la Convención Internacional de los Derechos Econóimicos, Sociales y Culturales establecían el “derecho de todos a disfrutar del más alto estándar de salud obtenible”. No les aburro con la letra pequeña que sigue sobre la salud infantil, la higiene industrial y del medio ambiente, el control de las epidemias... ya saben, eran los 60 y la gente aún creía en algo, metidos en toda esa orgía lisérgica y ese feminismo desatado. Sin embargo, no hace tanto, en el 2000, de nuevo las Naciones Unidas publicaron el “Comentario General nº 14” sobre “Derecho a la salud” que es bastante más práctico, así somos ahora ¿no?,  y se metieron en la harina espesa de definir un sistema de salud adecuado, las obligaciones del Estado y de las ¡ONG! en este sentido, las posibles violaciones de este derecho y especificaron las bases de su implementación. Sólo les dejo aquí el enlace y una frase destacada: “health facilities, goods and services must be accessible to all, especially the most vulnerable or marginalized sections of the population, in law and in fact, without discrimination [...]”. Como nuestros actuales gobernantes tienen más títulos que los anteriores, o eso dicen, lo traducirán fácilmente, no es difícil ¿o sí? ¿les traduzco “accesible”? ¿en serio?

Sí, las llamadas “clases medias” ahora que parecería que ya no hay clases, disfrutamos de otra situación: somos ciudadanos, pagamos impuestos, somos (o nos creemos) cultos, tenemos capacidad de influencia y podemos exigir (por todas esas cosas). Pero, según los beneficios que obtengamos de nuestros impuestos, cada vez nos parecerá menos adecuado contribuir. Si nuestro nivel de renta nos excluye de determinados beneficios (educación pública de calidad, asistencia sociosanitaria de calidad, infraestructuras suficientes) pediremos que nos devuelvan el dinero, exigiremos colegios privados donde invertir ese dinero para la educación de nuestros hijos (futuras élites, claro, faltaría más), seguros de asistencia médica privados (antes parias, ahora salvadores) donde no se nos ahorrará ninguna prueba diagnóstica o tratamiento (otra cosa es que vaya a estar indicado: miren las cifras de frecuentación para estudios radiológicos, por ejemplo, en cada ámbito). Pediremos libertad para nuestro dinero y perderemos la nuestra entre la descohesión social y los déficits en derechos civiles. Si aún nos queda dignidad, podremos decir, por fin, que primero vinieron a por los sudacas y  los moros,  después a por  los jubilados y los dependientes y luego vinieron a por nuestros hijos pero nosotros ya habíamos muerto (y habíamos muerto de cualquier manera inadecuada: sobre o subtratados).

Sí, destrozarán el universalismo. Será poco a poco, pero nos despertaremos un día (a lo mejor, ni siquiera en nuestro país) y seremos moros o sudacas. Como hizo Rosa Parks, no nos levantemos de ese asiento del autobús, por favor. Se lo debemos a mucha gente.

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